En el siglo XVII no es posible todavía hablar de sociedad de castas aunque es entonces cuando empieza a utilizarse este término. La categoría conocida como castas fue en realidad un cajón de sastre donde la normativa española encasilló a todos los nuevos tipos raciales que no habían sido imaginados al inicio, o que siendo prohibidos de antemano, no pudieron ser evitados.
La mezcla de estos grupos configuraría a la larga un complejo árbol clasificatorio que podría ilustrarse de la forma siguiente:
Pintura de mestizaje
Esta enrevesada categorización podía complicarse aún más o recibir otros nombres según las zonas, como jorocho, lunarejo o rayado. Algunas denominaciones, que podían parecer muy específicas, como la de torna atrás, se referían en realidad a los que, teniendo piel blanca, reflejaban a sus antepasados negros en sus rasgos faciales. Esta catalogación respondía más bien a la inventiva y preocupación de algunos intelectuales, antes que al propio sentimiento del hombre común, pues las denominaciones de uso público y cotidiano se reducían a mulato, chino, coyote (mestizo oscuro) y cholo (castizo o mestizo claro). De otro lado, los libros parroquiales no exigían mayores especificaciones, ya que se dividían en secciones de españoles, indios y castas.
Las catalogaciones fueron concebidas inicialmente como denominaciones raciales, pero pronto se convirtieron en indicadores sociales. Al confundirse la raza y la estratificación racial se distorsionó la correspondencia entre las características étnicas y el estatus social. De este modo se podía observar incongruencias en los grupos que debían ocupar posiciones intermedias, pues resultaban ubicados en el nivel más bajo y viceversa.
Si bien el hecho de las castas fue un fenómeno generalizado en América, se dio en una proporción mayor en México y Perú, virreinatos donde era fácil encontrarse con cualquier tipo de combinación racial. Por el contrario, en otros lugares, como Venezuela, apenas se dio trato entre negros y chinos. Los españoles se mezclaban más con indias y mestizas que con mulatas, sobre todo de baja condición. En 1654 el gobernador de Chile recompensaba a los soldados españoles de guarnición en Valdivia que casaron con hijas de caciques a los que ascendió militarmente. Sin embargo, fue muy raro que las españolas se casaran con indios o mulatos. Los mestizos legítimos, de holgada situación económica o muy hispanizados, formaban parte de la república de españoles. A las castas pertenecían los bastardos y adulterinos, procedentes de uniones libres.
Esta rica variedad multirracial se reflejaba también en la indumentaria. Aunque no se puede decir que hubiera un traje particular para cada tipo racial, había elementos distintivos de cada una, por ejemplo, el huipil era representativo de las indias. El vestido reflejaba también una posición socioeconómica. Los grupos con alto poder adquisitivo tenían acceso al mercado del Parián y ahí compraban telas, piezas y accesorios de moda, pero los de escasos recursos tenían la opción del Baratillo, en donde se ofrecían prendas usadas e incluso robadas. De manera que se conformaron atuendos combinados con piezas de distinta procedencia (francesa, española, oriental e indígena).
Entre las mestizas y las mujeres de las demás castas la prenda más usual era la saya o enagua de diversos colores y amplia, seguramente por el uso de diversas sayas interiores y no por ahuecadores, salvo en días festivos o entre las mestizas de familias más pudientes. Era la mujer de los grupos mezclados la que lucía con más garbo el rebozo, generalmente listado sobre fondo blanco y una gran variedad de motivos decorativos. Sus adornos consistían en perlas, corales rojos o negros, cintas rojas o negras alrededor del cuello, chiqueadores en las sienes y a veces cigarreras colgadas de la cintura. La pierna casi siempre lucía desnuda y la zapatilla era de tacón y de distintos colores.